Ya está aquí uno de eso días raros, con el tiempo que pasa de forma extraña, interrumpiendo sueños y pesadillas que se mezclan con la vida real. Y qué real se siente todo después de un día de fiesta, cuando se pasa el efecto de toda la mierda y te quieres morir entre agonías y comida basura. Qué mal se llevan las resacas cuando pasas de los 30, parece mentira que aún queden vicios por controlar.
Hace tiempo que me quedé sin excusas que expiasen mis pecados, ya se ha vuelto una costumbre hacer las cosas mal sin apenas intentarlo, desde que ya no hay nadie a quien pedir perdón. Salvo a mí mismo, que ya hace tiempo que no tengo nada que perdonarme. Siempre me hizo más daño una noche contigo, que mil noches de fiesta. Ya no bailo en cama de nadie, al menos no me pongo su ropa. No sé si volveré a vestirme igual, si me seguirá gustando la misma música. Una lobotomía para todo lo que no hace falta.
Supongo que por ahora mi cuerpo y yo tenemos una tregua, sabiendo que solo puede ganar uno de los dos. Después de quedarme sin excusas y sin pelos en la lengua, haciendo de los días raros nuestras historias favoritas. Esas con finales ficticios que nadie entiende, y como no quiero nada de nadie, qué más dará que no lo entiendan. Qué bien se está de paso, sin anclarse con condena, a melodías de canciones malditas que se escriben con pena.
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