Enredándome entre nudos que se anudan por el pecho y la garganta, con la voz a media asta, quebrada por las veces que he lanzado maldiciones de desahuciados emocionales.
Con las ganas consumidas como un cigarro abandonado en el cenicero, con olor a humo entrando por las fosas comunes que quedaron tras la huida a un refugio donde estar a salvo.
El cuerpo que despierta entre las sábanas y no se atreve a enfrentarse a la música, que suena incesante en la calle, entre gritos y llantos, con acordes disfrazados de un futuro mejor.
Y me volvería a dejar marchar, a ciudades con carteles que no se puedan pronunciar. Hablando también se ven algunas heridas y estas aún no están para contar. Dejo historias que no escribo, por el vértigo de este cuerpo que se engancha a cualquier mentira, a cualquier promesa incumplida de un amor que deja heridas transparentes imposibles de borrar.
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