Siento cómo el asfalto vuelve a quemar; vuelven a cambiar las mareas, con las olas rompiendo contra las rocas de un muro que no hay quien derribe. Indestructible, frente a un temporal que detiene el mundo. El primero de los cientos que están por llegar, por si quedaban ganas de partirnos a la mitad y rendirnos sin haber peleado, no hay treguas que valgan.
Cruzando los límites, siempre de la mano, por si te pierdo o si me pierdo yo. A última hora en un after cualquiera, con cualquier ave nocturna que se niegue a cerrar los ojos en medio de estos renglones torcidos. Descubrirnos en un viaje hasta el amanecer más tardío, por nuevos terrenos donde antes no había pisado, con sabores nuevos que nunca llegué a probar. Haciendo todo a mi manera, como me gustan las cosas, pero sin salirme de la línea que dibujé para no perderme.
Y qué delicioso. Que cada historia tiene su aroma y su ritmo, con unas letras que llevaban tiempo sin escribirse sobre lienzos en blanco. Canciones diferentes de bandas sonoras que no dejan de sonar en mis oídos, dando ritmo a una historia aún sin nombre. Con ese cosquilleo que recorre del cuello a mi espalda, el veneno de tu boca que no dejo de saborear en unos labios muertos de frío.
Los días están contados y las vías de escape cortadas, por si me pierdo en las ganas de volverte a ver y salir huyendo, después de embriagarme con los días de sol que aún nos quedan. En un calendario que hace aguas cada vez que pronuncias mi nombre a lo lejos, tan lejos, que no me da miedo volver a escucharte en silencio.