Nunca he dado lecciones de nada, solo soy experto en desastres y en ver cómo pasan las oportunidades, casi rozándome, pero sin llegar a tocarlas. Igual que aquella vez que llegué a volar lejos, para volver a las sombras que se forman bajo tus brazos.
El instinto me intentó avisar, que tu arte para no pensar no estaba hecho para mí, que cometer los mismos errores no iba a hacerme entenderte mejor. Antes aún daba consejos para tarados y me quedé sin ellos después de que el karma cobrase su deuda.
Dejé las historias para no dormir por un tiempo, creyéndome inmune a la magia de las noches en vela y los bares de copas en malas compañías. Terminé con el sol golpeando mi cara, buscando culpables para entretenerme de camino a una casa llena de historias de mañaneos, de esas no nos libramos.
Maldigo el día y la hora que me dejé llevar por los cantos de sirenas, a lugares de los que dan miedo, guiado por los vicios y los defectos que me atrajeron de ti. Maldigo mis ganas de perderme entero, de volver a las sombras buscando algo que nunca llegué a encontrar, que nunca llegué a saber si estuvo ahí.
Ahora me hago el valiente, creyéndome un poeta muerto, siguiendo la corriente que me lleva a arrancarme las ganas de olvidarte de nuevo. Para ahogarme entre lágrimas negras que dejaron tu juego, cosiendo heridas con historias y mentiras, para darme otra vez cuenta de que me engaño a mí mismo por haberte creído olvidar ya.