Pasaron más de mil noches y algún que otro día; era tal la agonía que me senté a esperar la tormenta y se hizo el invierno. De esos polares, con las manos frías y algún que otro corazón congelado. Al menos la lluvia se llevaba las penas, el hielo te las sirve en copas de whisky dobles. Con aire seductor y difícil de rechazar.
Estoy a oscuras, fuera hay un sol que derrite las calles que ayer estaban mojadas, como tus ganas y mi poca valentía de dejarlo todo atrás. Nos sacamos la máscara otra noche más, bailando con una copa en la mano que nunca llega a estar llena, que tampoco se llega a vaciar.
Lo queremos todo, siempre sin renunciar a nada, así nos va. Libres de nosotros mismos, tan libres que confinamos nuestra soledad bajo mil candados, por si alguien se atreve a acercarse a ella a menos de dos metros.
Cómo te digo que no he dejado de beber, pensando que el alcohol sanaba las heridas. De 96° para las que sangran y que no baje de 40° para las que escuecen por dentro, como ese fuego que no supimos apagar con el paso del tiempo. Cómo te digo que he perdido toda la esperanza de que este cuerpo vuelva a volar, ahora que está marchito como un domingo de resaca nada más despertar.