Nunca te fuiste, no tuviste el valor para hacerlo, como tampoco supiste estar. Para saber estar, el mío, que todavía estoy aquí viendo cómo te marchas antes de llegar.
Tu sangre se enciende apagando el fuego y la tempestad arrasa con las cenizas que nunca dejaron de arder. Explosivas, como un huracán de ráfagas de viento con todos los recuerdos que un día quise guardar.
Noches en vela, intentando entrar en calor abrazado a un cuerpo que consume todo lo que toca. Y el espacio no importa. Te siento lejos cuando estás cerca, y cuando parece que te has ido, yo no te puedo olvidar.
Triste sensación que congela el espacio que hemos cruzado durante la marcha, lejos de sentir nostalgia por algo que nunca ocurrirá. Marcas los pasos de un baile prefabricado, hábil en cualquier movimiento coreografiado, pero torpe al primer paso improvisado.
Tú sonríes, yo lo intento. Tú te marchas y yo me miento.