Entre corrientes alternas y luces de ciudades con traumatismos emocionales, no me rindo pese a los intentos fallidos que se amontonan a bailar con la música electrónica. Como un accidente en una rotonda que colapsa el tráfico navideño festivo, en la parte de arriba de un bus de dos pisos, y yo con unas ganas locas de llegar a casa.
Vibramos por separado, en diferentes frecuencias donde todo es cuestionable. Flotando entre el aire y los miedos subversivos, entre el tonteo y ser el plan z de la lista, que eso lo tengo ya muy superado. Disidentes de cualquier norma, nostálgicos de los momentos que no viviremos, guardianes de los recuerdos que no van a volver. Como un eco en la orilla, con la playa vacía y los pies en la arena. Con el sonido volviéndose recuerdo.
Entre luces azules que usamos para tapar las vergüenzas, de intimidad descontrolada que aún no aprendimos a dibujar en los cuadernos en blanco que vamos escribiendo sobre la marcha. Entre tradiciones absurdas de anudar las cicatrices con los contrastes, olvidando las sonrisas imborrables o los delirios emocionales. Se acabó el Disney, con Netflix como solución más tangible a los recuerdos. A perderme de nuevo entre recomendaciones y búsquedas aleatorias, como si esto fuese una maldita red social. Todo a base de recomendaciones compradas.
¿Hay algo hoy en día que no se venda? Será que el capitalismo no se ha enterado que algunas cosas no se compran con dinero.