No hay nada más de verdad que el otoño, principio de todo lo que un día empezó. Las hojas empiezan a amontonarse bajo los árboles desnudos, rezagados, como fuimos tú y yo sin saberlo. Con los pies descalzos y sucios del verano mientras el frío llega a la ciudad camuflado bajo un sol radiante que da sombra a nuestros pasos.
Se acerca el día y no hay sol que cubra esta niebla. Equivocarse es un defecto que tenemos todo el mundo, admitir los errores lo saben hacer muy pocas personas.
Fuimos llaves que no abren cerraduras forzadas, que tampoco cierran las puertas de lo que quedó atrás. Como una habitación del tiempo llena de calendarios en la que no importan las estaciones. En la que el reloj se detiene y yo ya no sé si estamos en invierno o en primavera, si tengo que dejarme querer o no dejar que nadie me toque la piel.
Aprender a volar exige muchas horas de vuelo, y yo soy de echar a correr sin leer la letra pequeña. En algún momento, quise jugar a ser infinito, sabiendo que solo era cuestión de tiempo llegar a la última página.
Pero a veces te encuentras libros que aún no has terminado y tienes ganas de volver a leerlos. Octubre, como tú, es uno de esos libros. El caso es que todo vuelve a empezar.